Gustavo Adolfo Bécquer, retrato de un trágico poeta posromántico
por equipo Sevillaconguía
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Un 17 febrero de 1836...
Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, nació en la calle Conde de Barajas.
Lo bautizaron en la parroquia de San Lorenzo y su madrina fue Manuela Monnehay Moreno -que se ocuparía del joven a la muerte de su padre-. Fue el quinto hermano de una familia de ocho varones y, siendo aún un niño, quedó huérfano de padre y, poco después, también murió su madre.
Su difunto padre, el pintor José Domínguez Insausti, que firmaba como "Bécquer", era a su vez descendiente de Miguel y Adam Bécquer -o, también, Vécquer o Becker- oriundos de Flandes y que se trasladaron a Sevilla, a principios del siglo XVII.
La azarosa vida de Bécquer
Bécquer era un exótico andaluz de orígenes nórdicos, un tipo callado y un trabajador incesante. Y, a pesar de su mala fortuna, no le faltaron ganas de prosperar en una de las épocas más complicadas de la historia de España.
Bécquer era un exótico andaluz de orígenes nórdicos, un tipo callado y un trabajador incesante. Y, a pesar de su mala fortuna, no le faltaron ganas de prosperar en una de las épocas más complicadas de la historia de España. Nació durante la primera Guerra Carlista (1833-40), también, durante la paulatina pérdida de la otra España, la americana, y la pérdida del crédito internacional de una nación, con el considerable aumento de la pobreza, de la ignorancia y de la violencia. La industrialización en la España de aquella época era deficiente, la burguesía se afianzaba e iba adquiriendo más y más poder. Bécquer había nacido en un país en el que predominaba el tipo de economía agraria y donde las diferencias sociales eran más que evidentes.
Pero Bécquer también comienza a vivir en el meollo del Romanticismo español, de hecho, 1835 al 1844 se publican y estrenan las principales obras poéticas y dramáticas del mismo. Y en medio de este desolador panorama Bécquer se alza como la figura de un artista que no cejó en su empeño de plasmar un maravilloso mundo interior con su estilo breve y conciso.
En 1858 cayó enfermo, aunque no se sabe si de tuberculosis o sífilis. Fuera como fuese estuvo 9 meses en cama, tiempo en el que escribió El caudillo de las manos rojas. En aquella época -entre 1855 y 1860- Bécquer, que vivía en Madrid, se empapó de la atmósfera poética, la cual, asombrosamente, hoy en día es considerada "prebecqueriana"...
En Madrid conoció a la cantante de ópera Julia Espín, según dicen, musa de algunas de sus Rimas. Se cuenta que él la reconoció -ella estaba asomada a un balcón de la calle de la Justa- durante uno de los paseos que Bécquer -aún convaleciente- daba por dicha ciudad, junto a su amigo Julio Nombela, que lo asistía durante su convalecencia. Bécquer asiste a las tertulias que se llevan a cabo en casa de Julia, le regala una colección de sus poemas y algunos de sus dibujos. Se cuenta que él la ama en silencio pero Julia termina casándose con otro. Sus amigos tuvieron que intervenir para que se desengañase. Su amor por ella había nacido y crecido en una bruma, una mezcla entre ensoñación y pasión que no fue -o no quiso comprender- la cantante.
La cantante de ópera Julia Espín actuó en teatros de Francia y Rusia, también, en el Teatro de la Scala de Milán
Ya más recuperado, consigue empleo como escribiente en una oficina. No le duraría mucho este empleo, su jefe lo sorprende entretenido, leyendo y dibujando, incluso, admirando al personal con sus habilidades, frente al propio director. Y su desdicha amorosa no acaba ahí. Tiempo después conoció a Elisa Guillén, en 1860. Ella era rica y muy guapa y la pasión que despierta en Bécquer está llena de angustia y dolor, sobre todo porque ella se cansó rápidamente de él y lo abandona por otro hombre, sumiéndolo en la más absoluta desesperación.
"Mi alma es sólo un pobre guiñapo inservible, dormido, que me pesa como un fardo inútil que la fatalidad tiró sobre mis hombros", le confesaría en carta a un amigo...
Y, entonces, aparece en su vida Casta Nicolasa Esteban Navarro. Parece ser que se casa con ella a la carrera, como tratando de sacar un clavo con otro. Ella era hija de un médico que le atendía -era especialista en enfermedades venéreas- y, por lo tanto, de una familia con una posición económica acomodada. Desde luego, tuvieron que vivir con cierta holgura, aunque Casta fue una mujer con la que no llegó a entenderse nunca y, mucho menos, con su hermano, ya que no aceptaba que se lo llevase de "correrías artísticas" y terminó odiándolo.
Según su amigo Nombela "lo casaron". Sin duda, cosas de la época. Tuvieron dos hijos, a los que llamaron Gustavo y Adolfo Gregorio. Bécquer se escapa con frecuencia a Toledo, ciudad que le apasiona y escribe en esta prolífica época la mayor parte de sus Leyendas, crónicas periodísticas y Cartas a una mujer. Casta, en vida de Gustavo, diría que en su casa había "mucha poseía y muy poco cocido".
Pero, no todo es tragedia en la vida de Bécquer, nada menos que un ministro del gobierno conservador le ofreció un puesto de censor de novelas, trabajo que no estaba mal pagado. González Bravo, con cierta sensibilidad literaria, aprecia el talento de Bécquer y pretendió liberarle de los trabajos precarios que realizaba hasta aquel momento. Con este golpe de suerte Bécquer puede dedicarse de lleno a sus Rimas y Leyendas y disfruta -por fin- de una posición económica un poco más desahogada.
«...Ese soy yo que al acaso
cruzó el mundo sin pensar
de dónde vengo ni adónde
mis pasos me llevarán» (fragmento de Rimas)
La revolución de 1868 aleja a González Bravo, el protector de Bécquer, de su cargo y el escritor pierde su trabajo de censor, volviendo a la subsistencia. Durante un intervalo de tiempo nada desdeñable Bécquer había disfrutado de una vida acomodada. Tuvo que adaptarse, una vez más, a una serie de acontecimientos poco afortunados que lo pondrían todo patas arriba.
Para empezar, el manuscrito de sus versos se encontraba en casa del ministro, que fue asaltada, y que lo conservaba con la intención de aportar un prólogo y publicarlos...
Por aquel entonces, se entera de que Casta se está viendo con otro hombre, un tal "el Rubio", sujeto de dudosa reputación, y decide alejarse de ella, separándose, no sin antes protagonizar una bochornosa escena en la que conversa con el tipo en la plaza del pueblo. Bécquer se refugia en un caserón vacío con sus hijos pequeños, en el que tan solo había camas. No sería la última vez que vería a Casta.
Posteriormente, se marcha a vivir con su hermano Valeriano y sus respectivos hijos a Soria, a casa de uno de sus tíos -Curro Bécquer- y, allí, termina la reconstrucción de aquellos versos perdidos, escribiéndolos en un cuaderno y titulándolo El libro de los gorriones.
Bécquer así lo dejó escrito: "colección de proyectos, argumentos, ideas y planes de cosas diferentes, que se concluirán o no, según sople el viento de Gustavo Adolfo Claudio D. Bécquer". Copiará en él la Introducción Sinfónica y La mujer de piedra, además de Rimas, lo cual, lo convierte en el manuscrito más importante del autor.
Transcurrido un tiempo, los hermanos Bécquer se trasladan a Toledo. No estaban pasando por un buen momento. En el verano de 1869 Gustavo escribió una sentida carta a Francisco de Laiglesia:
"mi querido amigo: me volvía de ésa con el cuidado de los chicos y en efecto parecía anunciármelo, apenas llegué cayó en cama el más pequeño. Esto se prolonga más de lo que pensamos y he escrito a Gaspar y Valera que sólo pagó la mitad del importe del cuadro. Gaspar he sabido que salió ayer para Aguas Buenas y tardará en recibir mi carta; Valera espero enviará ese pico, pero suele gastar una calma desesperante; en este apuro recurro una vez más a usted y aún que me duele abusar tanto de su amistad, le ruego que si es posible me envíe tres o cuadro duros para esperar el envío de dinero que guardamos, el cual es seguro, pero no sabemos qué día vendrá y tenemos al médico en casa y atenciones que no esperan un momento. Adiós. Estoy aburrido de ver que esto nunca cesa. Adiós, mande usted a su amigo que le quiere, Gustavo Bécquer".
En 1870 su suerte cambiaría e inicia la publicación de La ilustración de Madrid, donde reclamaría más protección para los dibujantes y grabadores españoles. Los dos hermanos y sus respectivos hijos se instalarían en el barrio de la Concepción de la capital. A lo largo de aquel año, tanto los dibujos de Valeriano, como los escritos de Gustavo, se suceden en dicha publicación.
Gustavo, sumido en el dolor, le dedicó una semblanza a su hermano, que entregó en mano a Ramón Rodríguez Correa, que compuso una sentida necrología para La ilustración de Madrid.
(...) ¿Cuál fue su esperanza? ¡Ah! Vivir, trabajar, para cuando llegase un día tranquilo, una mañana abundante, un año sin tristezas, apuros, ni hambres, sentarse frente a a un gran lienzo en el taller que nunca tuvo, y trocar allí, con los modelos delante, con la elevada y libre inspiración por guía, en pinceladas por la gloria, todas las que en su asendereada y trabajosa vida había dado a trueque del coutidiano pan. Pero si la felicidad nunca es perfecta, la desgracia lo es muchas veces; y ella con el frío hálito de la muerte, heló en su juventud aquel cerebro potente, aquella vista observadora, aquella mano firme y segura.
No mucho más tarde es nombrado director de El Entreacto. En su primer número inicia la publicación del relato Una tragedia y un ángel. Historia de una zarzuela y una mujer.
La publicación, en el número dos, anuncia que se interrumpirá debido a que su director ha enfermado. El 22 de diciembre, tres meses después de la muerte de su hermano, Gustavo Adolfo Bécquer muere a las 34 años como consecuencia de un infarto de hígado, complicado con una fiebre intermitente. No murió solo sino que lo hizo acompañado por Augusto Ferrán y por Casta Esteban, con la que había vuelto a juntarse tras la muerte de su hermano.
Durante el entierro Casado de Alisal propone editar las obras del poeta, así como los dibujos de Valeriano. Justo al día siguiente, los amigos de Bécquer, en el estudio de Casado de Alisal y, junto con el ministro del Estado, Manuel Silvela, deciden dar el paso. De la preparación de la publicación se encarga Augusto Ferrán, Ramón Rodríguez Correa y Narciso Campillo. La financiación fue posible gracias a una suscripción popular y los beneficios fueron a parar a las viudas y a los hijos de los dos hermanos fallecidos...
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