por equipo Sevillaconguia
¡Hola!, ¿qué tal?
En Sevillaconguía.com seguimos indagando en la historia y, en ocasiones, tenemos que adentrarnos en épocas oscuras, temas inquietantes que nos asombran y que, a pesar de su crudeza, no podemos dejar pasar una efeméride con tanta enjundia como esta.
Y, a pesar de tanta oscuridad, solemos pensar que todas las épocas tienen lo suyo, tanto de bueno como de malo, y sería más justo hablar de una época gris, en la que tuvieron lugar tristes acontecimientos que no podemos dejar de recordar...
Auto de fe de la Inquisición, de Francisco de Goya -entre 1812 y 1819-. En esta famosa obra podemos apreciar el sambenito -las túnicas que eran obligados a llevar los reos-, así como los capirotes, prendas horribles y denigrantes que ensalzaban el escarmiento público
Un 6 febrero de 1671...
Tuvo lugar, en la actual plaza de San Francisco, el primer auto de fe de la Santa Inquisición. O como también era conocida: el Santo Oficio.
Aquel día, los reos salieron del Castillo de San Jorge -que aún sigue ahí en forma de museo y cuerpo anexo al Mercado de Triana-, donde tenía su sede el Santo Oficio. Tuvo que ser un terrible paseo, de al menos veinte minutos, hasta el lugar de los hechos...
Sevilla obtuvo el dudoso honor de acoger este primer y horrible acto. No sería el primero, habría más. Y tampoco fue el Santo Oficio el que comenzó tan macabra tradición, inquisiciones e inquisidores hubo muchos, repartidos por toda Europa y, en algunos casos como el alemán, una auténtica locura desatada en el nombre de la fe.
Pero, volvamos a Sevilla.
Los pobres reos portaban el sambenito, unas extravagantes -por grotesco aspecto y significado-, túnicas en las que se describía con dibujos el martirio que iban a sufrir, el fuego que les iba a ayudar a expiar sus pecados, el fuego purificador. Aquellos capotillos acrecentaban el patetismo de las figuras errantes que cruzaban el río Guadalquivir, en dirección al mismo corazón de la ciudad, mostrando público arrepentimiento.
En aquel primer lúgubre paseo, apenas hubo testigos, los autos de fe acababan de comenzar.
En la víspera, se habían llevado a cabo dos procesiones: la de la Cruz Verde, símbolo de la inquisición, cubierta por un velo negro que representaba el luto por la pérdida de hijos de la iglesia, y, también, la de la Cruz Blanca, que se dirigía hacia las afueras, hacia el Prado de San Sebastián, donde se encontraba el quemadero...
Al fondo, el Castillo de San Jorge, sede del Santo Oficio en Sevilla y, al otro lado, el puente de barcas, en el actual barrio de Triana
Pero, seguramente te preguntes...
¿Qué es un auto de fe?
Como habréis podido dilucidar en la introducción, un auto de fe era un acto público, organizado por la Inquisición y en el que los condenados abjuraban -reconocían sus errores heréticos y mostraban el consecuente arrepentimiento-, lo que hacía posible su reconciliación con la iglesia católica.
La Inquisición no estaba interesada en salvar el alma de los condenados sino garantizar el bien común, haciendo desaparecer la herejía, es decir, cualquier creencia contraria a las costumbres establecidas por una organización religiosa.
Como decíamos, el primer auto de fe, llevado a cabo en Sevilla un 6 de febrero de 1671, fue un acto solmene y austero, al que todavía acudían muy pocas personas. Ni siquiera se contaba con la asistencia de público. Posteriormente, durante el siglo XVI, los autos de fe fueron ganando en solemnidad y, también, en duración, así como en asistencia de gente, deseosa de acudir al macabro evento. Por ello, se consideró realizarlos en domingo o durante el día festivo de turno.
Para que no faltase nadie, para que todos supiesen que eso de ser un hereje era una terrible idea.
Cruz de la Inquisición, o de las Siente Cabezas. Se encuentra junto al edificio que alberga el ayuntamiento de Sevilla, al lado del famoso arquillo y frente a la plaza de San Francisco. Se levantó en memoria del último auto de fe realizado en dicho lugar y acaecido en 1703. La cruz pétrea, fue creada en el siglo XX
Los preparativos comenzaban, más o menos, un mes antes. Era necesario construir un estrado en una de las plazas públicas, aprovechando el magnífico punto de encuentro, un lugar idóneo para que los reos fuesen observados por todos los ciudadanos. El escarnio público era parte importante de este tipo de actos. Se construía una tribuna para las autoridades e, incluso, gradas para los espectadores. Esta manera de organizar el evento le venía muy bien al Santo Oficio para infundir temor, para quitarle las ganas a cualquiera de entender la religión a su aire, saltándose todo tipo de reglas impuestas.
De hecho, con el transcurso del tiempo, los sambenitos de los condenados fueron expuestos en la catedral, donde todos el mundo pudiese verlos.
Un mes parecía ser suficiente para montar la estructura, preparar los sambenitos y, también, las efigies de los que habían huido o muerto. Se preparaban los estandartes que iban a encabezar las procesiones previas y las inquietantes urnas que contenían las sentencias...
Representación de un auto de fe. No cabe ni un alfiler
Los procedimientos de la Inquisición Española eran similares a los de la Inquisición Episcopal -que abordaremos en algún momento- y en ellos se realizaban interrogatorios previos, además de tortura.
En ellos tendría lugar el eufemismo de la «relajación del brazo civil -o secular-», es decir, la Inquisición no podía ejecutar su propia sentencia sino que, en la práctica, se entregaba los reos a la autoridad real para acabar con sus vidas. Siendo una autoridad eclesiástica, no podían acabar con la vida de las personas que juzgaban.
Los autos de fe se llevaban a cabo cuando había unos cuantos reos y, tras los preparativos previos, podían durar un día entero. Los condenados vestirían el sanbenito -una deformación de «saco bendito»-, realizarían la lúgubre procesión hasta la Plaza de San Francisco y, allí, se les leerían las condenas. Aquellos que fuesen condenados a muerte serían «relajados al brazo civil», para ser quemados en la hoguera.
Pero, volvamos al día anterior, al macabro y previo ritual...
Sobre las dos de la tarde comenzaba la procesión de la Cruz Verde, acompañada del estandarte del Santo Oficio, portado por una personalidad. Detrás de dicha personalidad iban los familiares, comisarios y notarios de la Inquisición, así como los representantes del clero. La procesión servía para llevar la Cruz Verde y el estandarte hasta el lugar donde, al día siguiente, se iba a celebrar el auto de fe. Como habíamos adelantado, la cruz se cubría con un velo negro, y familiares y monjas velaban aquella noche, entre rezos.
La Cruz Verde representaba a la Inquisición Española. Durante la procesión que guiaba era portada hasta el lugar en el que se celebraría el auto de fe
A la mañana siguiente era el turno de la Cruz Blanca -o de la zarza-, y su correspondiente procesión, que contenía -a modo de ejemplo- unos pedazos de leña que se iban a utilizar en la hoguera, en la que arderían los condenados a muerte. En esta procesión también iban unas figuras -a tamaño natural- que simbolizaban a los reos que habían huido o que habían muerto. De estos últimos portaban sus huesos en baúles, en las que solían pintarse llamas.
Posteriormente, los reos eran conducidos -de madrugada- desde la prisión de la Inquisición hasta la capilla del Santo Oficio, donde comenzaría la última y más triste de las procesiones, la de los reos.
La cruz guiaba la comitiva y el fiscal del tribunal solía acompañarlos a caballo. Los condenados eran obligados a portar un cirio encendido en una mano e iban tocados con un capirote. Sus atuendos, los famosos sambenitos, eran decorados con escenas del infierno, con llamas y figuras agonizantes. Los cucuruchos en sus cabezas, estaban igualmente adornados de terribles escenas. Tras ellos marchaban los «familiares de la Inquisición», que no eran sino esbirros, informantes de la institución que, en algún escrito, también eran llamados «los ojos». Es decir, los ojos que todo lo ven. Cerrando el cortejo unos lanceros a caballo y, por último, los representantes eclesiásticos existentes en la ciudad.
Menudo panorama...
El acto comenzaba con un sermón. Un sermón de un predicador dedicado a exaltar la fe y a atacar a la herejía. Se exhortaba a los condenados impenitentes a que se arrepintieran antes de morir quemados vivos -si lo hacían serían sentenciados a garrote vil en vez de ser llevados a la hoguera-, nadie, absolutamente nadie, debía morir sin haberse confesado y haber recibido eurcaristía...
Tras el sermón se leían las sentencias y cada condenado se adelantaba para escuchar la suya, después, abjuraba de sus errores y prometía no volverlos a cometerlos. Tras el reo, el inquisidor preguntaba sobre los dogmas católicos y, él mismo, acompañado de todo público, decían al unísono: «sí, creo».
A continuación, se cantaban varios himnos religiosos, -Miserere mei, Veni Creator- y se rezaban oraciones, procediéndose después a descubrir la Cruz Verde -a desvelarla-, que desde el día anterior había permanecido cubierta por aquel lúgubre y oscuro trapo de color negro.
Finalmente, el inquisidor absolvía a los reconciliados y, como ya sabéis, relajaba el brazo secular para que se dictase sentencia y se ejecutase en el caso de los condenados a muerte. El auto de fe duraba, como poco, varias horas y podía alargarse durante todo el día, sobre todo, si se cerraba con la celebración de una misa solemne.
Tal y como lo hemos descrito, así pudo ser el primer auto de fe celebrado en Sevilla, un 6 de febrero de 1671, el primero de otros que vendrían y que tuvieron lugar en España. Pero, como decíamos al principio de este post, la inquisición -en general- no es un producto español per se, sino que tuvo su origen en Francia y los perseguidos, en aquella ocasión, fueron los cátaros.
Pero esa, es otra historia, un tema apasionante que os seguiremos contando por aquí...
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