«Yo soy la Inmaculada Concepción»

 por equipo Sevillaconguia


En una de sus apariciones en Lourdes, la Virgen María se presentó ante la humilde pastorcilla Bernardita Soubirous con estas palabras. 


Hoy, como cada 8 de diciembre, tiene lugar en el mundo católico el día de la Inmaculada Concepción. Un día señalado en el calendario -para la gran mayoría- como un deseado descanso en una apretada agenda y un más que deseado puente antes de las vacaciones de navidad. Un día en el que muchos viajeros visitan Sevilla, una ciudad muy inmaculista per se. Siendo un día tan señalado en el calendario católico, supone una fiesta de guardar y, por supuesto, una jornada cargada de un fuerte simbolismo, del que trataremos de dar una pincelada. 



Para pinceladas, las de Bartolomé Esteban Murillo. Ésta -de nuestras favoritas- la realizó para los franciscanos que se asentaban en la Casa Grande -el convento desamortizado que ocupaba la Plaza Nueva- y que puede contemplarse en el Museo de Bellas artes hispalense. 



El arranque de la celebración fue el año 1854, el año de la constitución apostólica Ineffabilis Deus, por la que Pio IX declaraba dogma de fe la Inmaculada Concepción de María, consagrando así el triunfo del principio inmaculista. Dogma de fe defendido por la Monarquía Hispánica de un modo vehemente. 


Ya lo avisó Ángel Ganivet -escritor y diplomático español del siglo XIX- en su Idearium español, al reflexionar sobre el apasionamiento con el que España había defendido este dogma y teorizó sobre su misterioso origen. 
Sevilla fue -y es- una ciudad inmaculista. La raigambre es, incluso, anterior a la bula de Pio IX, de hecho, en 1570 ya se celebraba un octavario en honor de Nuestra señora de la Concepción, con una solemnidad a la altura del Corpus. 
La Inmaculada -su fuerte carga metafórica, de aceptación y fe- calaba tanto que, nada menos que un caballero Veinticuatro -un concejal de la época-, Gonzalo Núñez de Sepúlveda, entregó todo su patrimonio en 1655 para que este octavario se celebrase a la altura que se merecía. 
Pero no todo fue devoción y celebraciones. La Inmaculada Concepción de María fue objeto de controversia -acalorada en muchas ocasiones- entre cristianos, desde muy atrás en el tiempo. Tanto que, el mismísimo rey visigodo Wamba, -en el Concilio de Toledo del 675- se declaraba defensor de la purísima concepción de la Virgen María. 
Esta tradición fue heredada por reyes y reinas posteriores, Carlos III extendió su influencia al resto de las Españas, lo que explica que países como Chile, Argentina o México tengan también su fiesta nacional. 
Uno de los hechos más remarcables, que se adherió a la causa como milagro, aportando fuerza al dogma -resulta curioso cómo se cocina la tradición, popular y religiosa, a fuego lento, con momento histórico hasta llegar a nosotros- fue la batalla de Empel -8 de diciembre de 1585- durante la Guerra de los 80 años. 
En Empel -Países Bajos- el Tercio Viejo de Zamora, comandado por el maestre de campo Francisco Arias de Bobadilla, se enfrentó a una flota de cien barcos. Una batalla que se desarrolló bajo unas condiciones muy duras. Eran, aproximadamente, cinco mil hombres hambrientos, sedientos y calados hasta los huesos y, además, cercados por sus enemigos. El Tercio, lo tenía muy difícil aquel gélido día. 
El jefe enemigo -Filips van Hohenlohe-Neuenstein-, comprendiendo la complicada situación de los españoles, propuso una rendición honrosa. 
La respuesta que Hohenlohe-Neuenstein obtuvo -ejemplo de la épica de los Tercios Españoles y, también, del recalcitrante orgullo español de aquella época, el omnipresente honor, tan importante para la soldadesca, que tantas penurias pasaba guerreando por aquellas tierras- fue la siguiente:

«Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». 

Esa misma noche el clima se endureció aún más -aunque resulte contradictorio- para suerte del Tercio Viejo de Zamora- y el agua que los arrinconaba se heló, creando un espacio transitable que utilizaron para enfrentarse al enemigo, atacándolo por sorpresa y venciéndolo. 

Hohenlohe-Neuenstein abrió los diques de los ríos para inundar el campamento enemigo y al Tercio no le quedó otro refugio que el montecillo de Empel. Uno de los soldados españoles, mientras cavaba una trinchera, encontró algo: una tabla flamenca con una pintura de la Virgen María. Tras el asombro del hallazgo y su posterior anuncio, decidieron crear un pequeño altar con aquella tabla. 

El mismo Hohenlohe-Neuenstein proclamó: «tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro». 



Aquel glorioso día para el Tercio Viejo de Zamora, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia. La bula papal posterior -tan importante para la consagración del dogma de fe y fin de la disputa- ratificaría este patronazgo. 

«En la avertura de una roca, llamada cueva de Masse-Vieille, vi a una joven que sonreía y que me hacía señas para que me acercase...»


El 11 de febrero de 1858 -y durante 6 meses- María Bernarda-Sobirós, más conocida como Bernadette Soubirous y, también, como Bernardita de Lourdes, recibió las revelaciones de la Virgen María en la advocación de la Inmaculada Concepción. Según contó la niña aquello ocurrió en una pequeña gruta, la de Masse-Vieille, hoy en día conocida como Massabielle. 
Bernadette había ido a recoger leña, junto a su hermana Toinette y otra niña, Juana Abadie. Por alguna razón que se desconoce acabaron en el interior de la gruta y, tras oír un fuerte rumor de viento, Bernadette se topó con una extraña joven, pidiéndole que se acercase. Llevaba puesta una túnica blanca, con un velo, que le llegaba hasta los pies y, sobre cada uno de ellos, una rosa amarilla como las cuentas de su rosario. El ceñidor de la túnica era de color azul. 

Bernadette asegura que, al principio, tuvo miedo frente al encuentro con aquella joven, muy diferente a ellas, poseía un aura especial que la atemorizaba. Aún así -siempre, según Bernadette- la joven nunca dejó de sonreírle. Nerviosa sacó su propio rosario, que resbaló de sus manos. Al arrodillarse vio a la joven santiguarse, Bernadette hizo lo propio y ambas rezaron juntas. 

Este primer encuentro supondría el principio -fueron 18 reuniones- de la relación que Bernadette tuvo con aquella misteriosa chica, la Virgen Inmaculada. 

Un martes, 2 de marzo, «Aquella» -Bernadette la nombró en un primer momento así- le pidió a la niña que se hiciesen procesiones a aquella gruta y que se levantase una capilla en su honor. La chiquilla, confundida acudió al párroco, el padre Dominique Peyramale. El cura dudó, a pesar de su oficio, era poco dado a considerar cualquier cosa como un milagro, pero, también se preguntó ¿a quién había que consagrar aquella capilla?

«Yo soy la Inmaculada Concepción». Esta sería la respuesta dada a Bernadette por parte de Aquella , después de que la propia Bernadette ardiese junto a un cirio sin recibir daño alguno y, tal y como aseguran las crónicas, delante de un montón de testigos, incluido el médico del pueblo, Pierre Romaine Dozous que, posteriormente, documentó este hecho. 





A estas alturas, comprendemos que la veneración a la advocación posee una carga milagrosa importante. En Sevilla la Inmaculada Concepción tiene su monumento desde 1918 y se encuentra en el epicentro de la monumentalidad misma: la Plaza del Triunfo. 

Esta representación de una elevada -por una cortecilla de ángeles- Virgen Inmaculada está rodeada por nada menos que: la casa de la Provincia, el Real Alcázar de Sevilla, la catedral y el Archivo de Indias. Si bien, cuando accedemos a dicha plaza, solemos presentarla como el lugar donde se concentran tres lugares que son Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, pero no es menos importante este cuarto -por orden de llegada- en el «lugar de poder» que representa el propio enclave y por la fuerte carga de tradición, religiosidad y simbolismo que le precede. 



En un octógono de gradas de granito se erige un alto pedestal. Custodiado por cuatro personajes del siglo XVII que se afanaron en el culto inmaculista: el teólogo jesuita Juan de Pineda, el poeta Miguel Cid, el escultor Juan Martínez Montañés y Bartolomé Estaban Murillo. De hecho, la talla de la Inmaculada que corona las cuatros columnas de orden jónico, está basada en una de Murillo -la que pintó para el Hospital de los Venerables- y que Collaut Valera ejecutó magistralmente en mármol de carrara. 

Las obras se iniciaron en agosto de 1918, insertas en la remodelación que se hacía de la ciudad de cara a la próxima Exposición Iberoamericana de 1929. Al depositar la primera piedra se añadió una caja con un documento firmado por los miembros de un comité ejecutivo y la lista de los donantes, que quedó depositada en el basamento del monumento -en total 1770 nombres-

Hoy en día, a las 12 de la madrugada de la víspera se canta la Salve a la Inmaculada con la actuación de las tunas universitarias. Al día siguiente tiene lugar una solemne misa en la catedral de Sevilla, además de una procesión Tercia, con la corporación municipal al completo. Por la tarde, la octava de la Inmaculada y el tradicional baile de Seises -una agrupación de niños que realiza una danza sagrada ataviados con unos trajes muy particulares que, en esta ocasión, serán blanquicelestes- 



Durante el día de la Inmaculada e celebrarán diferentes celebraciones religiosas, girando todas alrededor del dogma, en diferentes iglesias, incluyendo besamanos a imágenes de la Virgen. 

Y como en sevillaconguia nos encanta el tema de la Inmaculada Concepción -por la fuerte vinculación con la cultura local- lo consideramos un asunto clave a la hora de interpretar la historia y el patrimonio hispalense. Lo seguiremos tratando, en su lado más misterioso e, incluso, controvertido, ya que, hasta su consagración como dogma de fe, la Inmaculada Concepción levantó ampollas en las cristiandad y supone un tema apasionante al que le dedicaremos la atención necesaria. 

Una parte de nuestra historia que tenemos muy en cuenta en las visitas guiadas que realizamos, dándote a conocer algunas de las obras artísticas de mayor valor -representaciones de la Virgen Inmaculada- que se conservan en museos, palacios, iglesias y en la propia catedral de Sevilla, y de las que nos consideramos unos enamorados. 

¿Sabías que el monumento al a Inmaculada es uno de los lugares que frecuentamos durante nuestra visita estrella a la hora de conocer Sevilla? Se llama Sevilla esencial y puedes echarle un vistazo en nuestra página web, www.sevillaconguia.com 




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