Santa Justa y santa Rufina, realidad y leyenda
por equipo Sevillaconguia
Visitar Sevilla y no notar la presencia de las estas dos hermanas, es complicado para los ojos que saben dónde mirar.
El culto a las santas Justa y Rufina, hermanas y vecinas de la Híspalis romana, es bien antiguo y, a pesar de ser una devoción enraizada en Sevilla, el recuerdo de las dos mártires se ha expandido a lo largo de la geografía española.
Un culto que sigue vivo, a pesar de los siglos, y que forma parte de la cultura popular local.
Datos históricos de Justa y Rufina se remontan al siglo VI, en forma de inscripciones que recuerdan algunas de sus reliquias. Ellas, habitaron esa Híspalis -la actual Sevilla- en el siglo III, nada menos. Y se dedicaban a un oficio tan antiguo como la leyenda que les precede, eran alfareras.
Se les menciona en el Martyriologium Hieronymianum y en el Acta Sanctorum, donde se recogen numerosos documentos que giran en torno a ambas.
El primer -y difícil título- es una lista de mártires atribuida a San Jerónimo. Por su parte, el Acta Sanctorum -o actas de los santos- es una recopilación de textos hagiográficos, es decir, de biografías de santos.
Ellas, fueron retratadas por Velázquez, Murillo, por Goya. La devoción fue el vehículo a través del cual la vida de las dos mártires llegó a oídos de estos y muchos otros artistas. Y es que los encargos de obras relacionadas con el culto a Santa Justa y Rufina son unas cuantas.
El momento en el que Goya pinta el cuadro para la catedral de Sevilla -1817- no es, precisamente, su mejor momento y, respecto a sus obras, recordemos que Fernando VII le confiscó la Maja desnuda a Manuel Godoy y, en 1814, la Inquisición la raptó por su obscenidad.
Su amigo e historiador del arte Juan Agustín Ceán Bermudez, que se formó en Sevilla -entre otros lugares- y trabajó en el Archivo General de Indias, le consiguió el encargo. De hecho, lo supervisó hasta el último detalle, decidiendo qué se iba a representar y exigiendo bocetos previos. Aún se conserva uno en el Museo del Prado. Además, existió otro en el Hospital del Pozo Santo de Sevilla y permaneció allí hasta el año 1971, momento en el que se vendió y pasó a manos privadas.
¿Quiénes fueron Santa Justa y Santa Rufina?
Justa y Rufina, hermanas, nacieron entre los años 268 al 270, respectivamente. Y lo que aconteció en sus vidas, como tantos acontecimientos históricos, ha sido barnizado, con una pátina de leyenda y con mucha devoción por parte de los habitantes de Sevilla, desde hace mucho, mucho tiempo.
En la Sevilla del siglo III -era llamada Híspalis- la mayoría de la población aún practicaba la religión grecorromana. Y En el mes de junio se practicaban las adonías. Durante éstas se rememoraba el fallecimiento de Adonis, el cual, era muy querido por la diosa siria Salambó -Afrodita para los griegos y Venus para los romanos-. Mayoritariamente, participaban mujeres de la alta sociedad, que recorrían las calles portando una figura de barro que representaba a dicha diosa, en actitud de duelo, por la triste pérdida de su Adonis.
Como pedían limosna, se plantaron frente a la puerta del negocio alfarero de las hermanas, exigiendo su colaboración. Justa y Rufina se negaron, por ser un culto contrario a su fe -eran cristianas y de las pocas familias que profesasen dicha fe por aquella época- y se montó una buena.
La mayoría de fuentes consultadas afirman que, en medio de aquel quilombo, en el que las seguidoras de Salambó trataron de afanarse algunos de los artículos que las alfareras tenían a la venta -como ofrenda para su apenada diosa- y, no se sabe bien cómo, la figura de Salambó terminó haciéndose añicos.
Justa y Rufina estaban en problemas.
Diogeniano, el prefecto hispalense, decidió encarcelarlas, animándolas a repudiar su fe. Fueron torturadas al negarse y Diogeniano se desesperó, encrudeciendo el castigo. Para saciar la ira del prefecto fueron condenadas a caminar -a pie- hasta Sierra Morena. Un paseo nada agradable, por la lejanía y por las condiciones en las que lo realizaron, descalzas, sin apenas agua o comida.
Justa y su hermana Rufina tuvieron el valor y el aguante de soportar el largo camino y sus inclemencias. Volvieron a la cárcel y, fue en aquella húmeda y oscura mazmorra donde, Justa no soportó más el castigo y murió. Su cuerpo, fue arrojado a un pozo.
Diogeniano creyó que su hermana Rufina sucumbiría, pero no fue tan fácil. La llevó al anfiteatro y la dejó a merced de uno de los leones. Pero, no le ocurrió nada, el gran felino se le acercó, la olisqueó y le lamió los pies. ¿Te has fijado en el cuadro de Goya? 😋
El malvado Diogeniano no aguantó más y mandó degollarla allí mismo. Su cuerpo, sería quemado.
Sin embargo, la memoria de las dos hermanas alfareras que murieron por su fe, no caería en el olvido.
En el año 313 Constantino declararía la libertad de culto en el Imperio. Recordemos lo que se dijo en Milán: «a todos los súbditos, incluidos expresamente los cristianos, se les autoriza a seguir libremente la religión que mejor les pareciera». Superando con esto el decreto con el que Galerio se lo ponía un poco más fácil a los cristianos.
Los pocos restos que quedaron de las hermanas fueron rescatados por Sabino I -fue el segundo arzobispo de la catedral de Sevilla- y enterrados de acuerdo a aquella primitiva religión católica. La recuperación de los cuerpos de las santas por parte de Sabino está recogido en el Pasionario Hispano, -un libro litúrgico formado de relatos de martirios y destinado a la lectura con motivo de los aniversarios de los santos-, y en él se cita que, dicho enterramiento, se realizó en el cementerio de la Sevilla del siglo III.
Ese lugar no es otro sino el Prado de Santa Justa, donde se encuentra la estación de ferrocarril actual y que, por si alguna vez te lo habías preguntado, el nombre no incluye a su hermana Rufina por haberse considerado demasiado largo para apodar a una estación.
¿Por qué las santas Justa y Rufina son tan importantes?
«Justa y Rufina sostienen
con la fragancia del lirio,
una Giralda en las manos,
el barro como testigo
y en el hombro de la fe
la palma de su martirio»
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