por equipo Sevillaconguia
¡Hola!, ¿cómo estás?
Seguimos recordando efemérides relacionadas con nuestra ciudad, con ánimo de promocionar, no solo Sevilla y su patrimonio sino también nuestro interés por temas que son puntos claves en las visitas guiadas que realizamos cada día.
Y un personaje histórico muy relacionado con Sevilla -de hecho es su patrón- fue Fernando III de Castilla, que gobernó dicho reino desde 1217 -y el de León desde 1230- fecha a partir de la cual no volvieron a separarse nunca, lo cual supuso un hecho decisivo en esta parte de nuestra historia que llamamos Reconquista.
Un personaje, un rey, un santo, que es imposible de pasar por alto cuando visitamos lugares como la catedral de Sevilla, porque nos encontramos cuadros como éste...
Un 7 febrero de 1671...
Se canonizó a Fernando III, que ya era conocido como el Santo, y es que, para ser canonizado, aparte de algún milagro, es necesaria esta fama.
El papa Clemente X firmó el decreto de canonización del rey Fernando y las consecuentes y solemnes fiestas fueron patrocinadas por el cabildo catedralicio. En la catedral ya eran custodiados y venerados los restos del rey santo desde su muerte en Sevilla, en el año 1252.
Pero Fernando no nació en Sevilla sino en Peleas de Arriba, en Zamora, probablemente un día 24 de junio, festividad de San Juan, y lo hizo sin derechos sucesorios originarios a ninguno de los dos tronos, ni el de Castilla ni el de León. Desde hacía cuarenta y cuatro años, eran dos reinos separados y, con frecuencia, enfrentados.
Pero ser un infante más de la corte le permitió aprender, con algo más de libertad, de las maneras de su padre, el rey Alfonso IX de León y, también, de su madre, Berenguela de Castilla. Ella misma cedió sus derechos a Fernando, posibilitando así la unión de ambos reinos.
Tras la muerte -imprevista- de otro Fernando, el hijo y heredero de Alfonso VIII, a los veintidós años, acercó el trono a -nuestro- Fernando. Y, de otro trono -el de León- lo separaba su tío, otro infante, llamado Enrique. Y otra muerte, la del propio Enrique, lo puso más cerca de gobernar, también, aquel otro...
El destino, parecía estar de parte del zamorano. Lo estaba preparando para la gloria futura y el reconocimiento.
Hizo de su reinado una cruzada contra el Islam, -debemos entender el contexto- llegando a conquistar, Córdoba, Jaén, Murcia y Sevilla. Según recogió el historiador jesuita Pedro de Ribadenyera en sus Vidas de Santos, por la devoción, sacrificios y penitencia con que acompañó las batallas: «no es maravilla que pelease por él el cielo, y que la victoria se alistase debajo de sus banderas, y que se cuenten sus batallas por sus victorias y sus empresas por sus triunfos».
Como vemos, siempre existió una gran devoción por el rey como si fuese un santo, previamente a ser canonizado, oficialmente.
El propio Fernando expresó, en forma de oración, su norma de conducta: «tú, Señor, que conoces los corazones y te son patentes los más secretos pensamientos, sabes que no busco mi gloria, sino la tuya, y que no deseo tanto el aumento de los reinos caducos de la tierra, cuanto el aumento de la fe católica y la religión cristiana».
Una vez más, debemos tratar de comprender el contexto. Pese a que había iniciado su reinado bajo el signo de la paz, su convicción de la necesidad de la lucha provenía de su deseo de servir a Jesucristo y de restaurar en España, la unidad de fe del extinto reino visigodo roto con la invasión mahometana del año 711.
Para ensalzar la fiesta en honor a san Fernando y celebrar su canonización se levantó en el transcoro la máquina triunfal, una suerte de composición temporal llena de obras que representaban hechos importantes y triunfos atribuidos al rey santo. Esta estructura aparecía rematada por una escultura del rey llevando armadura, calzas, manto y corona, además de portar su espada, conocida como Lobera y, en la otra, la orbe. El dibujo, se atribuye a Matías de Arteaga.
Vida y milagros de san Fernando, donde historia y leyenda se fusionan...
Una vez proclamada su canonización, pues habían pasado los cincuenta años demostrativos de sus milagros entre devotos, se convirtió, casi al instante, en uno de los santos más acogidos por sus creyentes, a los cuales concedió una buena serie de milagros.
En vida, tuvo una visión de la virgen María con el niño Jesús en brazos. Es aquí donde entramos en el terreno de la leyenda, esa que, a veces, tiene un poso de realidad fácil de rastrear pero que, en algunos casos, hay que echarle un poco de fe al asunto. De todos modos, resulta muy interesante ahondar en el folclore local y en tradiciones tan arraigadas, como el culto a san Fernando.
Poco antes de conquistar Sevilla -el asedio duró un año, llevándose a cabo en 1248-, el rey Fernando estaba rezando en el campamento de Tablada, al otro lado de las murallas almohades. Se adormeció y tuvo una visión de la Virgen con el Niño en brazos que le dijo:
-Yo te prometo que conquistarás Sevilla.
Al salir de aquel estado, se lo contó rápidamente a su capellán, el obispo don Remondo. Al poco, se cumplió lo prometido por la Virgen y Fernando traspasó las murallas, anexionando la Sevilla mora a su reino. Para no olvidar este hecho mandó a unos escultores que la tallasen, a imagen y semejanza de la visión que había experimentado.
A pesar de contratar a varios escultores, ninguno supo reproducirla exactamente.
Cierto día, tres jóvenes vestidos de peregrinos llegaron al Alcázar. Eran alemanes y, curiosamente, escultores. Viajaban con ánimo de perfeccionar su oficio y, tras recorrer su propio país y la vecina Francia, llegaban al sur de España para mostrar sus habilidades y aprender de las obras que aquí se hacían. Al rey le cayeron en gracia y les ofreció lo que ellos quisieran. Tras debatirlo un rato contestaron que, simplemente, querían hacerle un regalo por ser acogidos de buen grado. Al rey se le iluminó la bombilla y les ofreció los materiales necesarios. Los germanos declinaron el favor, pero requirieron una sola cosa: un salón donde trabajar sin ser vistos ni molestados...
Una curiosa criada no respetó aquellas reglas tan sencillas impuestas por los escultores. Se asomó a ver cómo trabajaban y se asombró al contemplar que no hacían nada sino que se encontraban cantando plegarias en medio de un gran resplandor. Obviamente, fue corriendo a contárselo al rey.
Fernando fue a comprobarlo él mismo, pero al entrar en la sala la encontró vacía, excepto que, sobre la mesa que se les había prestado a los escultores para trabajar, se encontraba una talla de la Virgen, ¡la misma que había visto en sueños y que le había asegurado que reconquistaría Sevilla!...
Los escultores habían desaparecido, y fue en aquel momento cuando el rey se percató de que aquellos jóvenes artistas peregrinos no eran sino ángeles que habían dejado aquella excelente talla de la Virgen como un regalo divino...
Por supuesto que buscaron a los escultores. Se preguntaron, una y otra vez, por dónde podrían haber escapado, sin decir adiós, pero no hallaron explicación alguna.
Para el rey y las gentes de aquella época, aquello había sido un milagro, lo cual declaró el propio obispo don Remondo, que lo clasificó como tal y, ordenando que se colocara la imagen en la Capilla del Alcázar con el nombre de Nuestra Señora de los Reyes, plantaba la semilla de la enorme y rica historia de devociones que posee Sevilla.
Pero no quedó así la cosa sino que, este hecho, causó un gran impacto a la ciudad.
En agradecimiento, el rey mandó construir sobre la mezquita de Sevilla el mayor templo católico de la Cristiandad. En testamento dejó escrito que deseaba ser sepultado a los pies de la talla que le habían regalado aquellos ángeles, y es así cómo la Virgen pasó a la catedral, instalándola en el altar de la Capilla Real donde Fernando tiene su túmulo.
En este punto, no podemos dejar de recomendar la visita a la capilla Real de la catedral de Sevilla, pero avisamos que se trata de un espacio reservado únicamente para el culto. Es decir, es necesario acudir en horario de misa y con el respeto que se merece. La experiencia, vale la pena.
Y, es allí -en la capilla Real- donde San Fernando reposaría desde el 30 de mayo de 1252, fecha en la que muere. Y, allí siguen, desde entonces, sus restos incorruptos, en una urna de plata -considerada una obra muy relevante de la orfebrería barroca sevillana-, labrada por Laureano de Pina, y que se abre el día de su festividad, cada 30 de mayo, momento en el que se realiza un rito especial, que detallaremos en este blog -por su importancia y tremendo significado- en próximas publicaciones.
Fue con motivo de su beatificación en 1668 cuando se procedió a la apertura de su sepulcro en la Catedral, en dicha Capilla Real, un 17 de marzo. Y, allí, en medio de solemne ceremonia, se descubrió la loza que tapaba al mismo y hubo una gran sorpresa...
Al abrirlo se descubrió que el rey se encontraba -aún- con sus ricas telas en buen estado y, en ellas, destacaba el adorno que representaba a los castillos y leones tan representativos del reino de España; además, había un cetro, una sortija con un zafiro y una espada con su puño en plata, conocida como Lobera y que forma parte del ritual que se celebra en torno al santo en la capilla Real de la catedral de Sevilla cada 30 de mayo...
Pero lo más importante: se levantó acta porque aquel cuerpo tenía una peculiaridad, ¡estaba incorrupto!, todo ello sin, en teoría, sin haber sido embalsamado, hecho que analizaron y certificaron dos médicos de la época: don Gaspar Caldera y don Pedro de Herrera.
La urna del rey Fernando -que cobija su cuerpo incorrupto- es obra del platero jerezano Juan Laureano de Pina. Se encuentra en la Capilla Real de la catedral de Sevilla, a los pies de la Virgen de los Reyes, tal y como lo hizo constar el monarca en su propio testamento
De san Fernando, de su vida, del contexto histórico en el que vivió, de la importancia que tiene, en muchas localidades de España y América, hablaremos -como venimos insistiendo- en próximas publicaciones.
Si has llegado hasta aquí, te damos las gracias por emplear tu tiempo, tal y como nosotros lo hemos empleado en comprender, un poco más, la historia que nos precede, tan importante para entender la realidad en la que vivimos.
¡Feliz tarde!
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